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10:20:00
Periodista: Corpus Cristian Rodriguez
Por: Corpus Cristina Rodriguez
Fortuna
Nacimos el mismo día en la madrugada, en horas diferentes, el ombligo tirado en el mismo receptáculo.
El sonido de los gritos diferentes por nuestra condición de género opuesto.
Los primeros tiempos que nos vimos, nos iluminamos, no por la ingenuidad sino por la imposición en nuestro rostro de dos Querubines hasta que se perdió nuestra candidez.
Las lisonjas que me brindaban mis padres la trasvolé a tu piel y me ejercité a descodificar tus sentimientos, los serafines ya no se distinguían.
Nostalgia
Un ruido constante detenía la agonía de mi energía juvenil, caman se podía escuchar en cualquier espacio que nos pertenecía de nuestros años joviales.
Aunque solo fue un juego ya asumíamos la libertad como un derecho intrínsico de los seres que usan la razón.
El pañuelo nos categorizaba cuantitativa y cualitativamente induciéndonos a ser atentos, vigilantes y estratégicos, con un solo grito de a escondidas nos desplazábamos a los rincones predilectos sin perder la oportunidad de estar escondidos con el ser mas querido que provocaba disimularnos de la celadas, pero nunca faltaba el mariscar que siempre pasando lista a su batallón aparecía un limpiabotas poniéndose presente en el escuadrón, una botella recorriendo el circulo empujada por los ojos ansiosos de la señal de aprobación para besar a la mas anheladas por todos y paso mi niñez, mi adolescencia y parte de mi juventud en la cuatro esquinas.
Nacimos el mismo día en la madrugada, en horas diferentes, el ombligo tirado en el mismo receptáculo.
El sonido de los gritos diferentes por nuestra condición de género opuesto.
Los primeros tiempos que nos vimos, nos iluminamos, no por la ingenuidad sino por la imposición en nuestro rostro de dos Querubines hasta que se perdió nuestra candidez.
Las lisonjas que me brindaban mis padres la trasvolé a tu piel y me ejercité a descodificar tus sentimientos, los serafines ya no se distinguían.
Nostalgia
Un ruido constante detenía la agonía de mi energía juvenil, caman se podía escuchar en cualquier espacio que nos pertenecía de nuestros años joviales.
Aunque solo fue un juego ya asumíamos la libertad como un derecho intrínsico de los seres que usan la razón.
El pañuelo nos categorizaba cuantitativa y cualitativamente induciéndonos a ser atentos, vigilantes y estratégicos, con un solo grito de a escondidas nos desplazábamos a los rincones predilectos sin perder la oportunidad de estar escondidos con el ser mas querido que provocaba disimularnos de la celadas, pero nunca faltaba el mariscar que siempre pasando lista a su batallón aparecía un limpiabotas poniéndose presente en el escuadrón, una botella recorriendo el circulo empujada por los ojos ansiosos de la señal de aprobación para besar a la mas anheladas por todos y paso mi niñez, mi adolescencia y parte de mi juventud en la cuatro esquinas.
